sábado, 28 de enero de 2012

Parecer para ser

La incansable búsqueda de uno mismo es inherente a la condición humana. Nos pasamos la vida intentando encontrarnos y resolver unas de las preguntas metafísicas por antonomasia: ¿Qué somos? ¿Quiénes somos?
Preguntas sucedidas por algunas más concretas como las siguientes. ¿Cuáles son las características que componen nuestra personalidad? ¿Qué condiciona nuestro modo de pensar y actuar? ¿Y qué pensamos y hacemos? Tras unos minutos reflexionando solemos dar solución a tanta trascendencia definiéndonos de algún modo. Así, concluimos que somos cobardes o valientes, más o menos inteligentes y un interminable etcétera de particularidades que nos atribuimos.
Pero no sólo nosotros asociamos rasgos a nuestra forma de ser. El resto de sujetos que conocen de nuestra existencia también realizan un juicio.  Cuando conocemos a alguien o vemos pasear a cualquier persona por la calle enseguida le adjudicamos, consciente o inconscientemente, una serie de cualidades que percibimos que tienen.
Llegados a este punto podríamos precisar pues que somos dos cosas: lo que nos parece a nosotros que somos y lo que le parece al resto. Claro, que cada uno de los miembros que compone “el resto” da una respuesta a la pregunta de qué somos. Tanto lo que consideran las personas que nos conocen, incluso de oídas, que somos como lo que consideramos nosotros sobre nosotros mismos son percepciones personales y subjetivas. Ellos nunca llegarán a conocernos a la perfección pero nosotros tampoco llegaremos a ese nivel. Unos días pensamos algo y el día siguiente otra cosa muy diferente, o muy parecida. En un momento actuamos de una determinada manera y en otro simplemente no actuamos o actuamos de otra forma. ¿Por qué? ¿En base a que convencimiento pensamos o actuamos de esa forma? ¿Y a qué se debe ese convencimiento? Está claro que nadie es capaz de responder con completa seguridad a esas cuestiones. Está claro que nadie se conoce de manera objetiva. Opinamos sobre nosotros mismos.
Podemos llegar entonces a la conclusión de que no somos. O si somos nunca sabremos qué. Nos parece que somos tímidos. Damos la impresión de ser muy extrovertidos ante un grupo. ¿Deberíamos hablar de apariencias en vez de formas de ser? Puede ser. O no, puesto que en esencia son lo mismo.

Todo juicio es prejuicio.